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Y después vino la noche. Una noche cualquiera, una de esas noches normales de diez cervezas calientes en la garganta y dos o más lunas de plata ahorcadas en el cielo tizón.
El humo me hacia lamentar, pero el agua estaba demasiado fría como para nadar.
La arena no estaba mal. No hacia viento, se podía soportar.
La arena no estaba mal. No hacia viento, se podía soportar.
No había sirenas ni farolas intermitentes, ya lo he dicho antes, era una noche cualquiera.
Me terminé el cigarro y tragué las diez cervezas en un último suspiro.
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Desperté. Tus pestañas me hacían cosquillas (no diré donde).
¡Vaya baile! El de tu pelo digo.
¡Y qué calor, por dios!
Aun así, el agua continuaba demasiado fría como para nadar. No sé, sería cosa de las mareas y la falta de las sirenas, pero fue importuno.
Bueno, fue una noche extraña, ya lo he dicho antes, una noche cualquiera.
¡Vaya baile! El de tu pelo digo.
¡Y qué calor, por dios!
Aun así, el agua continuaba demasiado fría como para nadar. No sé, sería cosa de las mareas y la falta de las sirenas, pero fue importuno.
Bueno, fue una noche extraña, ya lo he dicho antes, una noche cualquiera.
Una noche sin sirenas pero con pestañas regadas de agua robada del mar. Se enfadó un poco, el mar claro.
Y ya está; Otra vez, una noche cualquiera.
¡Una noche sin más!
¡Una noche sin más!
Escrito el: 14.Diciembre.2011
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